24 AL 26 DE OCTUBRE DE 2014
HOTEL SOL DE ORO | LIMA, PERÚ
VIII JORNADAS DE LA NEL
EVA-LILITH
N° 3 | 25 de Julio de 2014
Boletín de las VIII Jornadas de la NEL

Estrago
Marita Hamann

El estrago es efecto de un goce deslocalizado que irrumpe arrasando al sujeto, quien carece de soporte para situarse respecto de ese goce sin nombre ni medida (mientras que el síntoma intenta fabricar alguno). Su modelo clásico es el de la relación entre la madre y la hija y, por desplazamiento, la relación de una mujer con su pareja[1].

Ha sido Freud quien ha identificado este efecto devastador que se produce a menudo en la relación entre una hija con su madre a partir de cierto fracaso inevitable de la metáfora paterna[2] para suplir un demás que subsiste a la solución fálica: es aquí donde del modo más manifiesto se demuestra la insuficiencia de la función paterna para resolver todo el goce en el sentido sexual. En esa franja abierta, Lacan ubicará luego lo que a la altura del S. XX llamará goce suplementario, verdadero Otro del goce inherente a la feminidad, situable solamente en su discurrir entre centro y ausencia.

Una relación es estragante cuando no se admite la imposibilidad de la solución fálica para domeñar un goce real. Y cuando, visto de otro modo, ninguna letra consigue indicar esa existencia. En otras palabras, el estrago se produce tanto desde la lógica fálica masculina que se revuelve en la impotencia como desde la lógica femenina, cuando todo sentido o valor es arrasado para hacerse subsistir en un nada de nada.

Al decir de Lacan, la hija "parece esperar como mujer más sustancia que de su padre –lo que no va en su ser segundo en este estrago"[3]. Que el padre sea segundo es una observación que responde a los hallazgos freudianos. No solo porque, como es evidente, la maternidad no suple íntegramente al goce femenino —al menos, no sin consecuencias indeseables—, sino que la dirección al padre puede ser efecto, en parte, de una metonimia antes que de una metáfora: la niña no necesariamente abandona por ello su demanda inicial hacia la madre, quien permanece como su objeto privilegiado[4]. Y la pareja no es sino un sucedáneo que arrastra las marcas de quien fuera "la primera seductora".

El estrago materno, ¿es estructural? Lo es si se considera que la niña reclama a su madre una substancia que no puede transmitirse: cada mujer es el resultado de su propia invención. A diferencia del varón, que encuentra apoyo en el padre para alcanzar la identificación masculina, la madre no puede ofrecer a la niña un rasgo unario (simbólico) que la sostenga como mujer; en este terreno, el silencio reina. Sin duda, la madre puede transmitir ciertos semblantes que favorezcan la construcción de la mascarada, pero es insuficiente.

¿Es indeleble? Dependerá, más allá, de la relación que la madre guarde con su propia locura femenina y del modo en que la niña logre consentir a la mujer que habita en la madre. Como refiere A. Vicens, madre e hija pueden en un momento dado dirigirse palabras terribles y, un instante después, todo se desvanece sin mayores consecuencias. El estrago ocurre, nos aclara, cuando la madre o la hija se ponen en posición masculina: creen en sus propios enunciados (el discurso de la creencia es masculino) y lo que se profiere se torna en imposición. "Estrago [es] como una destrucción del deseo".[5]

Justamente, el efecto estragante suele ser el fruto de algunos dichos maternos que, de la mano del superyó, avasallan al sujeto y ponen en marcha un circuito pulsional mortificante.

El análisis debe "refutarlos, inconsistirlos, indecidirlos, indemostrarlos", según una conocida fórmula de Lacan[6], para inventar un deseo en su lugar.

En última instancia, se trata de separar lo que proviene de la madre de los efectos de lalalangue sobre el cuerpo, que se atribuyen a la madre en la medida en que ha sido ella quien transmitió la lengua: "El fin del análisis le dará entonces la oportunidad de saber hacer con la soledad del Uno. En esta vía, puede consentir a su goce que la hace radicalmente Otra incluso para ella misma, Podrá también consentir en lo real del amor, prestándose a ocupar el lugar de sinthome para un hombre".[7]

Notas

  1. Pero no se excluye que una mujer también pueda ser un estrago para un hombre o que no se lo pueda hallar en otras manifestaciones clínicas, como la de las toxicomanías.
  2. La niña transfiere al padre la demanda dirigida inicialmente a la madre, para que le dé el falo del que la madre misma carece. Por acción de la metáfora (el concepto es lacaniano pero se asemeja a lo que Freud describe), el falo adquiere la forma del niño que anhela recibir de él y, más tarde, de otro hombre. Ver al respecto la obra de André, S., ¿Qué quiere una mujer?, Buenos Aires, siglo XXI, 2002, p. 167-185.
  3. Lacan, J., "El atolondradicho", Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 489.
  4. Incluso tratándose del juego de las muñecas, la cosa no está decidida. Originalmente, opina Freud, este juego responde a la identificación con la madre, con el objeto de repetir activamente lo vivido pasivamente (Freud, S. Obras Completas T. III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 3174).
  5. Vicens A., "Madres contemporáneas", Registros Tomo Verde Madres y Padres, Buenos Aires, Colección Diálogo, Año 12, 2014, p. 63.
  6. Lacan, J., Op. cit.
  7. Solano-Suárez, E., "Lacan, las mujeres", La Causa freudiana, París, Navarin, n°79, 2011, p. 277.

Comisión Editorial Boletín Eva-Lilith

  • Raquel Cors Ulloa
  • María Hortensia Cárdenas
  • José Fernando Velásquez

NEL - Nueva Escuela Lacaniana