Relación madre–niño(a); estrago materno
Relación madre–niño(a); estrago materno
Marita Hamann (coordinadora), Laura Arciniegas. Mónica Febres Cordero, Luz Elena Gaviria
A modo de preámbulo: La madre en los tres registros [1]
La madre imaginaria es la matriz de los objetos imaginarios, tal como se evidencia en el conocido relato de San Agustín; aquí se sitúa la frustración.
La madre simbólica es la que encierra el enigma de un deseo que conduce al NP y se resuelve en la metáfora paterna mediante la cual se instala el sentido sexual: ella quiere el falo. Por este artificio, la madre desaparece en tanto que tal y su ausencia se constituye en matriz de un deseo (la madre es el objeto perdido cuya ausencia remite al falo). No obstante, algo permanece como enigma (si no desapareciese, no habría enigma) aspirando a un sentido "real" que la respuesta según el falo no termina de absolver. El juego del Fort Da circunscribe el objeto mediante una estructura que le otorga cierta constancia, pero: "¿Qué pasa si la madre escapa a su rol de símbolo que responde, que entra en este cálculo? Desde que sale del símbolo, cuando no responde a este aparato, a esta regularidad (a esta ficción, esta construcción conceptual), no tiene ya el estatuto simbólico y no se sabe lo que va a hacer. Es diferente cuando se sabe perfectamente que el objeto va a volver y que al Fort va a suceder el Da. Pero si no se lo sabe, ella se transforma en una potencia misteriosa que puede o no dar, que puede o no volver, de modo que sus objetos adquieren otro valor, no valen por ellos mismos sino como signos de amor" [2].
La madre real es abordada por Lacan en La ética del psicoanálisis, a partir de la noción freudiana de Cosa. La madre ocupa el lugar de Das Ding porque ella es no-toda sujeta a la Ley del deseo y la castración, Otro absoluto que no puede ser resuelto por la cadena de las representaciones y, entonces, extranjero. En este sentido, La Cosa no es el objeto del todo perdido sino que empuja a un reencuentro y la madre tiende a ocupar ese vacío éxtimo. Pero, atención, no es que la madre sea efectivamente La Cosa, sino que ella imaginariza ese lugar situado entre lo simbólico y lo real, como en el caso de la histeria, cuyo rechazo hacia la madre proviene de la consistencia otorgada a la figura del Otro gozador que su madre ocupa. Ello, porque la madre introduce un goce que no es del todo simbolizable. Otro del goce que evidencia que el Otro del significante es inconsistente. Pero no hay Otro del Otro así como la madre no es, tampoco, algún Otro en oposición al Otro del padre.
Esta dimensión real, a la que apuntan principalmente nuestras Jornadas, deja sus marcas en el cuerpo así como en los lazos de amor. También el niño encarna para ella la dimensión real de un goce del que ha sido el fruto. Nada garantiza de antemano el amor y el lugar en el deseo que soportarán lo contingente de su existencia.
Tres ángulos a desbrozar
Notas
COMISION EPISTÉMICA
María Hortensia Cárdenas, Jimena Contreras, Elida Ganoza, Johnny Gavlovski, Marita Hamann, Clara María Holguín, Fernando Schutt, José Fernando Velásquez
DIFUSIÓN
Raquel Cors Ulloa